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Gea

EL MODELO

EL MODELO 

Ya desde el colegio, se intuía algo especial en él. Sin duda alguna destacaba entre todos los demás. Era el más inteligente, el más creativo, el más imaginativo... en fin, un modelo a imitar.

Su madre se deshacía de gusto cuando mes a mes al ir a interesarse por sus progresos, el maestro la felicitaba por el que sin duda llegaría a ser un personaje político, o literario, o ambas cosas.

Pero en el camino de la vida hay muchas bifurcaciones y desgraciadamente, nadie lleva un plano del terreno.

Al llegar a la adolescencia, su luz empezó a brillar con menor intensidad. Su mente ágil y veloz, formulaba preguntas a tal velocidad y de tal intensidad, que nadie pudo responderlas. Y quizás fue buscando esas respuestas, donde se perdió. En uno de  esos mil vericuetos del camino, tomó uno equivocado y no supo volver a la senda anterior. Las escasas respuestas que encontraba, lejos  de aclarar sus dudas, le creaban mayor ansiedad y angustia. Empezó a dudar de todo lo establecido. Todo se convirtió en una gran mentira. Y ayudado por Baco primero, y por todos sus secuaces después, quiso ver la verdad en la mayor de las mentiras.

A medida que se adentraba en las tinieblas la luz que todavía brillaba en él  lucía como un inmenso faro, pero esta vez solo le servía para contemplar con mayor nitidez  la sordidez que lo rodeaba.

Ya no había felicitaciones por su genialidad sino todo lo contrario, reproches, censura, y crítica, era todo lo que encontraba donde antes solo hubo flores.

La juventud le sorprendió  en pleno descenso al averno, la noche se convirtió en su único escenario, su piel adquirió el tono cerúleo de la falta de sol, y su alma también.

Sin embargo su inteligencia no había mermado un ápice y dentro de él, se libraron mil batallas de gigantes incontrolables que lo zarandeaban sin  piedad, dejando el campo de  batalla como un erial de sentimientos, en el que solo había lugar para la rabia, la  ira y el dolor. Eso sí, a veces mezclados con los efímeros placeres del desenfreno y el descontrol.

En la falsa creencia de una eterna pubertad se encontró en el principio de la edad madura.

Para entonces ya estaba enfermo, por dentro y por fuera. Sin duda alguna la mayor dolencia era la del alma, los desgarros eran tan profundos y tan intensos sus zarpazos, que costaba entrever algo de aquella luz tan intensa de otros tiempos.

Sin embargo, fue la enfermedad del cuerpo la que le obligó a parar. De repente miró a su alrededor y sintió la soledad que lo circundaba con tal fuerza, que un grito se ahogó en su garganta. Se buscó a si mismo, pero no se encontró. Pensó que ya no existía y durante mucho tiempo gimió por su ausencia.

La falta de fortaleza física le obligó a abandonar la noche. Poco a poco reencontró el día. Su piel comenzó a recobrar el color rosado de los seres vivos que pueblan la luz.

Se asombró al descubrir el mundo que él había abandonado hacía tanto tiempo. Al principio no podía salir a la calle sin unas lentes oscuras que le protegieran de ese resplandor que le resultaba incluso doloroso.

Escuchó un bullicio que de puro familiar, le hizo volverse a buscarlo, y allí, enfrente, lo vio, era el patio de un colegio a la hora del recreo. Se acercó. Hacía  mucho tiempo que no veía a los niños tan de cerca. Ese estrépito sonó en sus oídos a música celestial. Se quedó mirándolos un tiempo indefinido. Hasta que otra escena captó su atención. Una maestra conversaba con una orgullosa mamá y le daba la enhorabuena por la capacidad intelectual de su hijo. “Sin duda llegará a ser un personaje político o literario - le dijo - o ambas cosas”

Esa vez el sollozo no se ahogó  en su garganta, sino que como en un torrente purificador, subió desde lo más hondo de si mismo para verterse en forma de incontroladas lágrimas.

Corrió hacia su casa y lloró, pero esta vez no lo hacía por una ausencia, sino por un reencuentro. Sintió que en algún sitio muy perdido de su maltrecha alma, una leve llama, que milagrosamente seguía luciendo, iba creciendo en intensidad. Y fue en ese momento, cuando de repente reencontró el camino que había perdido hacía tanto tiempo. 

                                                                                                 Concha Casas  
 
 
 


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