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Gea

DOS AÑOS DE PASIÓN

DOS AÑOS DE PASIÓN 

Ha bajado por la misma calle por la que él vive. Puede que sea ella, su mujer. No la conoce y se dice a sí  misma que no quiere conocerla. Qué más da, puede ser cualquiera. La ciudad es inmensa y está llena de mujeres. Pero algo le dice que es ella. Desde el principio aunque supo que existía, la obvió. Ellos se habían perdido cada uno en los ojos de otro, a pesar de ella. La primera vez que le habló de amor ella estaría en su casa preparándole la cena para cuando volviera, y la primera vez que se lo hizo, seguramente también. Aún así seguía diciendo que le daba igual. Pero no, no era cierto, a medida que su historia crecía, ella crecía también. No era de manera consciente pero las pocas veces que él la nombraba se clavaban esas tres letras en su corazón. Eva.  Tenía el mismo nombre que la primera mujer y quizás eso le dolía más todavía, le parecía un presagio, un mal presagio.

Nunca le había preguntado por ella, cuando lo conoció ya sabía que existía pero ambos actuaron como si él fuese libre. Pero esa tarde, cuando la vio atravesar la calle, todo su cuerpo se puso en guardia. Sin haberla visto nunca supo de quien se trataba y de repente las palabras de amor, la pasión robada en cualquier esquina dejó de tener sentido.

Esa mujer enjuta y seca, aunque quizás algo atractiva, había que reconocerlo, era la otra. O no, más exactamente la otra era ella misma. Esa era la legal, la que compartía su vida, su cama, su sueldo y seguramente sus  miserias, sus malos humores, sus frustraciones y sus ronquidos.

Este pensamiento la hizo sonreír. Había pasado por eso, estuvo casada cuatro años, es decir dos más desde que se terminó la pasión.  Los dos últimos le sirvieron para tener claro que no era eso lo que quería, que prefería los dos primeros años repetidos mil veces, aunque eso supusiera no formar nunca una familia, ni tener una pareja estable.

Pero esta historia se le iba de las manos, nunca quiso liarse con un hombre casado, si había elegido esa forma de vida era precisamente porque no quería complicaciones y otra mujer, una rival, solo podía suponer eso. De ahí el pellizco que sentía en el estómago cada vez que él la nombraba y de ahí la certeza de que esa mujer que caminaba hacia ella era su mujer.

Su matrimonio no funcionaba eso era evidente. Bueno para ella era evidente que ningún matrimonio funcionaba, por eso había renunciado a volverse a casar. La diferencia entre ellas dos era el paso del tiempo. Seguramente las mismas palabras que ella oía cada tarde, eran las mismas que esa extraña oyó años atrás. Y la pasión desenfrenada con que era poseída era la misma que poseyó a Eva. Se sorprendió a sí misma nombrándola por su nombre, nunca lo había hecho.

Siguió imaginando a su amante arrinconando a esa mujer por los rincones ante la premura de su amor, como hacía con ella. Y lo imaginaba ahora dándole la espalda cada noche harto del amor del que llegaba satisfecho.

Por un instante recordó sus últimos dos años de matrimonio y sintió una lástima infinita por ambas.

De pronto, toda la pasión que la había unido a ese hombre, al marido de Eva, desapareció.

Cuando ella llegó a su altura, disminuyó la marcha y por unos segundos su ojos se encontraron. Sin conocerse de nada se sonrieron cómplicemente.

De repente su amante no era más que un vulgar marido y la presencia de su mujer allí a su lado, sonriéndole no hizo más que certificarlo. Sus dos años de pasión, acababan de concluir.  

                                                                                      Concha Casas


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